La dependencia emocional en psicología es la dependencia afectiva o sentimental, que consiste en una serie de comportamientos adictivos, que se dan en una relación interpersonal donde existe una asimetría en el rol que asume cada persona.
En la relación de pareja supone un estado de subordinación extrema hacia la pareja sentimental debido a una gran necesidad de mantener el vínculo emocional y el afecto. La dependencia emocional hace alusión a una relación de pareja en la que uno de los miembros depende excesivamente de otro, llevando a cabo comportamientos dañinos para sí mismo y/o para la propia relación.
La persona, con tal de sentirse aceptada o querida, es capaz de lo que sea. No se tiene en cuenta, es más importante el otro que ella misma.
Se establecen relaciones en las que se sirve al otro, no hay un equilibrio, lo que puede conducir a un sometimiento. Se vive con la expectativa de que las relaciones amortigüen el vacío emocional. Se espera que los demás nos amen para dejar de sentirnos incompletos o insatisfechos. Esta búsqueda está condenada al fracaso, pues es precisamente la conexión, con nuestro mundo emocional interno, lo que hace falta en nuestra vida. Vivir tiranizados por nuestras carencias, pendientes de que los demás nos den eso que no hemos sabido darnos, es el drama que vive la persona emocionalmente dependiente.
Estas personas no se quieren porque no se han sentido queridas. Las personas elegidas por los dependientes emocionales, frecuentemente poseen características narcisistas, convencidas de que los demás han de estar su servicio. De esta forma encajan, la vivencia de superioridad de uno encaja con la vivencia de inferioridad del otro.
La dependencia emocional se ha caracterizado por demandas afectivas frustradas, que se busca satisfacer mediante relaciones interpersonales estrechas. Hay una necesidad de disponer continuamente de la presencia de la pareja, lo que irá generando agobio y finalmente rechazo.
Es lo que ocurre con los círculos viciosos, lo mismo que se teme es lo que se provoca. Temo que me deje, no dejo que se separe un milímetro de mí, eso genera agobio y el resultado es lo que se temía.
La dependencia emocional está totalmente relacionada con la ansiedad de separación.
Y la ansiedad de separación tiene a ver con el apego ansioso.
El apego es un vínculo afectivo que se establece desde los primeros momentos de vida entre la madre y el recién nacido. Es el encargado de proporcionar seguridad al niño en situaciones de amenaza. El apego seguro permite al pequeño explorar, conocer el mundo y relacionarse con otros; bajo la tranquilidad de sentir que la persona con quien se ha vinculado va a estar allí para protegerlo. Cuando esto no ocurre, los miedos e inseguridad influyen en el modo de interpretar el mundo y de relacionarse.
Bowlby piensa que tanto las experiencias repetidas de desamparo como la deficiente calidad de la relación previa podrían ser por sí mismas determinantes de la ansiedad de que se produzca una separación y por tanto el apego ansioso posterior.
Al mismo tiempo hemos de mencionar la relación que los padres sobreprotectores establecen con el hijo. Son padres que proyectan sus miedos en los hijos, los cuidan como si se estuvieran cuidando a ellos mismos y no tienen en cuenta las necesidades del hijo. Son incapaces de confiar en las capacidades del menor, por lo que no le brindan oportunidades para enfrentarse y aprender. No le permiten equivocarse por lo que le limitan su evolución.
Es frecuente que los niños sobreprotegidos tengan una madre sobreprotectora que haya vivido un apego inseguro en su infancia. Que presente baja autoestima, sea dependiente de los demás, proyecte sus inseguridades en los otros, controladora e incapaz de poner límites.
Y un padre ausente, que no esté físicamente o que tenga una actitud desconectada de la familia.
La relación de una persona con sus padres es esencial para construir la identidad. La madre controladora dificulta lograr la independencia y autonomía personal.
Piensan por los hijos y les dicen lo que han de hacer.
La madre controladora genera siempre un apego inseguro. El hijo no se siente validado por ella. La lucha del hijo por agradar a la madre es constante y la frustración también, con el consiguiente sentimiento de culpa. Y eso es lo que se le irá repitiendo en las relaciones que vaya estableciendo a lo largo de su vida. Si no se hace un trabajo personal para modificar el patrón de conducta en la dinámica de relación con los demás.
Protegerse detrás de una máscara del agrado de los demás, con el tiempo, corremos el riesgo de olvidarnos de quienes éramos antes de ponérnosla.
Observar que aparece en nuestro interior permite reconocer y aceptar nuestras limitaciones. El primer paso para validarnos consiste en conocernos, comprendiendo como funcionamos para diferenciar lo que deseamos de los que verdaderamente necesitamos para ser felices.
Amarse a uno mismo tiene a ver con los pensamientos, palabras, actitudes y comportamientos que nos damos a nosotros mismos. Lo que requiere que se encamine a descubrir las necesidades, deseos, objetivos, etc. Que puedan existir y no estar pendiente de obedecer ni complacer o someterse al otro.