Empezar las vacaciones y ponerse enfermo es frecuente.
El hecho de vivir con un nivel alto de estrés (situación de tensión nerviosa prolongada, que puede alterar ciertas funciones del organismo), hace que cuando nos relajamos, se libere cortisol, que provoca una depresión del sistema inmunológico y eso favorece estar predispuesto a enfermar.
Los síntomas psicosomáticos corresponden a procesos emocionales que derivan a reacciones físicas. Es un desequilibrio entre el cuerpo y la mente, que provoca la disminución de las defensas y que seamos más vulnerables a las enfermedades.
Un nivel alto de estrés fuerza al cuerpo en exceso sin darle el descanso que necesita. Hemos de tener en cuenta que un gasto excesivo de energía, debilitará las defensas.
Si las situaciones de estrés se acumulan una detrás de otra, el cuerpo no tiene tiempo de recuperarse. Esta activación a largo plazo del sistema de respuesta al estrés puede alterar casi todos los procesos de nuestro cuerpo. El estrés crónico tiende a hacer menos activo el sistema inmunitario, lo cual nos hace más propensos a padecer resfriados u otras infecciones. Es típico que el sistema inmunitario responda ante una infección secretando varias sustancias que provoquen inflamación. La inflamación sistémica crónica contribuye al desarrollo de muchas enfermedades degenerativas.
Funcionar a toque de pito implica no tener en cuenta tus necesidades, ya que no hay tiempo para ello. Se va demasiado deprisa, lo que hace que la persona no se vea y acabe sin saber cuál es su verdadero deseo, actuando y haciendo suyo el que en realidad es el deseo del otro.
Cuando no dirigimos nuestra vida en función de nuestros deseos, recibimos mensajes
que nos avisan de que alguna cosa no va bien y estos mensajes se comunican a través de enfermar, física y/o anímicamente.
La autoexigencia mantiene en un permanente estado de ansiedad. El perfeccionismo vivido internamente con uno mismo, frecuentemente se alía con la competitividad, vivida con los demás.
Estamos en una sociedad exigente, donde se fomenta la competitividad y el hecho de ser mejor que los demás. Cuando esa competitividad provoca una comparación constante con los demás. Si tenemos la idea de que el objetivo es ser mejor que los demás. Existe el riesgo de apoyarse en esta comparación para sentir nuestra valía.
Si me va bien, si tengo éxitos, soy válido y si no es así, no soy válido.
El movimiento de extremos conduce a realizar un juicio injusto de nosotros mismos.
“Es como si yo fuera lo que hago y no lo que soy”
En la sociedad actual se dan discursos en la dirección de ser mejor cada día y la competitividad, fomentan el miedo al fracaso con la angustia que conlleva.
Con la necesidad de mostrar el éxito paralelamente al miedo a no ser el mejor.
Desde que somos pequeños necesitamos afecto para nuestro bienestar psicológico.
Si los adultos nos hacen vivir que las necesidades que se tienen son importantes, seguramente se adquirirá una relación con uno mismo en que se tendrán en cuenta. Aunque si no existe la vivencia de haber sentido que existía un interés por lo que se necesita, no se adquirirá ese tipo de relación.
Los procesos psíquicos tienen su origen en la infancia, todos los eventos traumáticos que son vividos en esta etapa por el sujeto, son muchas veces causantes de trastornos psicológicos en la etapa adulta.
La relación sana con uno mismo es la capacidad de valorarse como persona y aceptar tanto las capacidades como las dificultades. Tenerse en cuenta, valorarse y dedicarse tiempo son aspectos fundamentales que no podemos olvidar en nuestro día a día.
John Bowlby, autor de la teoría del apego, nos dice que el apego es un vínculo afectivo que se establece desde los primeros momentos de vida entre la madre y el recién nacido o la persona encargada de su cuidado. Existen diferentes tipos de apego, condicionados por el tipo de relación que hemos tenido en la infancia.
Apego seguro, el niño sabe que su cuidador no va a fallarle.
Apego ansioso y ambivalente, El niño tiene una sensación constante de inseguridad, lo constante en los cuidadores es la inconsistencia en las conductas de cuidado y seguridad.
Apego evitativo, El niño asume que no puede contar con sus cuidadores, lo cual provoca sufrimiento. Conlleva distancia emocional del niño.
Apego desorganizado, es una mezcla entre el apego ansioso y el evitativo. Existen conductas negligentes por parte de los cuidadores.
La relación conmigo mismo viene marcada por como tengo en cuenta mis emociones y necesidades, como las atiendo y me hago cargo de lo que me hace falta para mi bienestar.
Aunque el apego se desarrolla en la infancia, con un trabajo psicoterapéutico personal se puede aprender a mejorar el tipo de relación con uno mismo y también con los demás. Hará falta ser consciente de cómo me relaciono, que dificultades surgen, etc. para poder comprender a que es debido e irlo modificando.